Etica y técnica
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Texto 24

Ética y técnica.

Durante la mayor parte de la historia los seres humanos percibían sus relaciones con el mundo extra-humano como neutras desde el punto de vista valorativo. Lo que tenía relevancia ética eran sus acciones dentro de la ciudad, las relaciones con sus contemporáneos, con sus hijos y, en el mejor de los casos, con sus nietos. Hasta allí llegaba su responsabilidad, porque hasta allí se extendían las posibles consecuencias de su acción.

 Consecuentemente, los sistemas morales tendían a la regulación de esas relaciones. Esto se pone de manifiesto, por ejemplo, en el imperativo categórico kantiano: trata a la humanidad, ya sea en tu propia persona o en la de otro siempre como un fin, nunca solamente como un medio.

 Este imperativo reconoce al ser humano como único fin en sí; esto es, como único ente que no representa un medio para otra cosa. En esto radica precisamente, la dignidad de persona que la ética kantiana le atribuye. De ello se desprende que todo lo existente puede ser utilizado por los seres humanos exclusivamente como medio para sus propios fines. Sin embargo, ello no implica necesariamente que no deban preocuparse de la preservación e integridad del resto de los entes, pero esto no queda explicitado en el imperativo, simplemente porque la acción humana aún no ponía en peligro esa preservación e integridad.

 Como consecuencia de lo anterior, podría decirse que la ética tradicional es antropocéntrica, en cuanto atribuye relevancia moral sólo a las relaciones interhumanas. Es, también, inmediatista, en la medida en que los deberes por ella definidos regulan las conductas de quienes comparten un aquí y un ahora, vale decir, de personas cercanas entre sí espacial y temporalmente. Ambas características respondían a las dimensiones de la responsabilidad humana antes de que la técnica moderna modificara los alcances de la acción.

 Pero el acrecentamiento del poder derivado del desarrollo científico y técnico trae consigo una expansión de la responsabilidad; ésta abarca ahora todo aquello que se ha hecho vulnerable frente a la acción humana: desde la perspectiva espacial, la biosfera completa, vale decir, el conjunto formado por todos los seres vivos y el medio en el que se desarrollan; desde la perspectiva temporal, la presencia en la tierra de una humanidad futura.

 Esta nueva situación exige una nueva ética puesto que la acción humana puede ahora poner en peligro las condiciones de posibilidad de la vida en conjunto y ella es, fundamentalmente, una ética de la responsabilidad que debe superar al antropocentrismo y el inmediatismo que caracterizaban a la ética anterior.

 Superar el inmediatismo, por otra parte, significa reconocer la obligación moral de respetar la vida de las futuras generaciones humanas, lo que implica la necesidad de preservar sus condiciones de posibilidad; vale decir, el deber de proteger el medio ambiente que sustenta la vida en su conjunto.

 Es posible constatar, así, que la ética del medio ambiente es también una bioética de la responsabilidad, que busca regular aquellas consecuencias de la acción humana que pueden afectar irreversiblemente la vida en su conjunto y, por consiguiente, la vida humana.

 En esta forma, la superación del antropocentrismo, más que en la eliminación de los seres humanos como referentes últimos de la ética, consistirá en una nueva humildad, derivada del reconocimiento de la estrecha dependencia de los seres humanos respecto del resto de los demás seres vivos.

 Estamos hablando aquí de una ética cuyo fundamento sería lo que Hans Jonas llama el “principio de responsabilidad”. El filósofo judío-alemán contemporáneo lo enuncia en los términos de un nuevo “imperativo categórico” que, como el kantiano, manda sin condiciones. Dicho principio ordena lo siguiente: actúa de forma tal que no pongas en peligro la permanencia en la tierra de una vida humana auténtica.

 Este nuevo imperativo no pretende anular aquellos de sistemas morales anteriores, cuya validez no se pone en duda cuando se trata de las interrelaciones entre hombres próximos espacial y temporalmente, relaciones que -evidentemente- siguen y seguirán siempre teniendo relevancia ética. Busca, en cambio, complementarlos, dirigiéndose al ámbito de las políticas públicas más que al de las conciencias individuales.

 Por otra parte, esta nueva ética, aunque centra su atención en el futuro, no es utópica; esto es, no pretende preparar el advenimiento de un “hombre nuevo”, lo que repetidas veces en la historia ha desembocado en un grave daño para la vida y los derechos de amplios sectores de la humanidad. Por el contrario, es conservadora en la medida en que busca simplemente preservar la presencia de la humanidad sobre la tierra, sin que se modifique su esencia; por eso habla de la preservación de una “vida humana auténtica” y entiende por tal aquella que, por una parte, dispone de un medio ambiente adecuado y que, por otra, no ha desfigurado su herencia mediante la manipulación genética en busca de un ser humano superior.

(Texto elaborado por encargo de la Unidad de Currículum y Evaluación, del Ministerio de Educación, para el presente programa de Formación General en Filosofía).